Y estos son los síntomas que, por lo menos
al comienzo, se suelen contar. Pero si aparece el diagnóstico, "usted
padece una depresión"” las personas dejan de comentar, ya que parece que,
al no tener causa orgánica, los síntomas están menos justificados, y los
afectados llegan a sentir cierta vergüenza. Menos compartidas con el entorno,
ya sea familiar o social, son las ideas que inundan los pensamientos de la
persona deprimida. La falta de sentido de la vida, que termina transformándose
en una idea de suicidio, muchas veces como salida al sufrimiento o para evitar
sufrimiento a la familia. Las personas se dirigen fuertes autorreproches, se
acusan de no haber sido tal o cual cosa, de no haber hecho… En resumen, de no
cumplir con ciertas expectativas que ellas mismas o sus padres tenían.
En personas jóvenes esta problemática se
despierta a veces frente a la decisión de tener o no hijos. La frase “no tendré
hijos para que no se avergüencen de mí”, esconde una idea sumamente penosa, y
nos hace pensar que, como no podemos
saber qué sentirán los hijos que aún no se han tenido, los sujetos hablan, más
bien, de su propia experiencia como hijos en relación a sus padres. Y sobre
todo al hecho de sentirse culpables por haberse avergonzado o no haber valorado
suficientemente, en el pasado, a sus progenitores.
Estos son algunos de los sentimientos que
acompañan a las personas deprimidas y que, por su contenido, son difíciles
compartir con la familia, produciéndose un efecto que se añade al propio
padecimiento, y es el progresivo aislamiento de la persona deprimida de su
entorno, lo que favorece tanto el agravamiento de los síntomas como su
cronificación.
Por eso ni los familiares no deben
sentirse culpables de no poder “hacer más” por sus seres queridos afectados, ni
los depresivos reprocharse sus dificultades para salir adelante solos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario