Es decir, ya traen una idea de enfrentamiento, de
algo en ellos que se resistirá a cambiar y se imaginan el tratamiento como algo
duro, costoso, que no les gustará aquello de sí mismos descubrirán. Como todo esto ocurre en la primera entrevista,
queda claro que el profesional ignora cualquier cosa, que no conoce al
paciente, y que quien sí sabe de qué habla, es el que está allí, sentado,
contando todo sin decir nada. Porque si ya sabemos que lo que veremos de
nosotros no es "bonito", es que tenemos una idea de qué se trata. Si
creemos que será difícil cambiar, es porque sabemos a qué no queremos
renunciar. Y por eso la dificultad.
Los humanos tenemos que pensar las cosas, imaginarlas, en
general, para poder hacerlas. Si nos planteamos estudiar una carrera, por
ejemplo, nos imaginamos luego trabajando: ¿nos gustará trabajar de ingenieros?
O: seré capaz de esperar seis años para obtener mi titulación. Seguir
estudiando, aprobar las asignaturas, seguir dependiendo de mis padres... Y
según lo que pensemos, luego nos
apuntamos. O no. Pero si no hay acción, los pensamientos son como sueños...
Y el simple transcurso del tiempo no resuelve nuestras dudas.
Con la idea de comenzar un psicoanálisis sucede algo
semejante. Nos lo dicen, estamos de acuerdo, pero todavía no es el momento.
Como pasa a veces con terminar una relación, o decir a nuestros padres que
vamos a irnos a vivir con la pareja... Ya sabemos que hay que hacerlo, pero
aún... Y al igual que en las relaciones parece que sólo pensamos en ello, con
el comienzo de un tratamiento lo que aparece es una auto observación que se
encarga de demostrarnos que no estamos tan mal, que quizás fue sólo una crisis
pasajera, que el tiempo ya pondrá en su sitio las cosas... En fin. En realidad
todos estos razonamientos vienen a demostrar las argucias del pensamiento: la
decisión ya suele estar tomada. Y encontramos los argumentos luego. La misma
persona puede sostener por qué le conviene comenzar ya, como decidir que puede esperar.
Quizás uno de los aspectos más difíciles de reconocer en el
comienzo de un tratamiento es que no se puede solo. Uno de los valores que nos
inculcan desde pequeños es la independencia. Si somos jóvenes, aspiramos a
independizarnos de nuestros padres: "nuestro" dinero,
"nuestro" piso, son objetivos a alcanzar. Ser independientes significa controlar nuestra
vida. Y si no podemos con la ansiedad, o con esas manías que nos impiden salir
de casa en un tiempo normal, o eliminar esas fantasías que a veces se nos pasan
por la cabeza... Hemos perdido el control y eso nos hace sentir fracasados. El
psicoanálisis muestra que en el proceso de hacernos humanos atravesamos momentos
de extrema dependencia: si no nos alimentan o nos protegen de las inclemencias
del tiempo, moriríamos. Y esa es una marca indeleble. Necesitamos de otros, de
su amor, ayuda, reconocimiento. En la sociedad actual, sin los otros, no tendríamos ni luz, ni agua. O sea que la
independencia no deja de ser un mito, y, en todo caso, se trata de elegir de
qué depender.
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