Si piensan en
personas cercanas o queridas, las ven al borde de alguna desgracia. A veces
creen que ocurrirán cosas graves si no realizan cierta acción. Aunque no son
personas violentas, sienten impulsos agresivos que no habían experimentado con
anterioridad.
Todos estos
síntomas, y cada uno por separado, hablan del trastorno obsesivo compulsivo,
que, como se ve, parece una cosa relacionada con la imaginación (imagino que si
no hago esto o aquello pasará esto o lo otro) y, sin embargo, es un trastorno
real. Es decir, que esas ideas tiene una gran capacidad de provocar malestar,
ansiedad y angustia que son las cosas por las que muchas de estas personas se
deciden a consultar con el especialista.
Cuando padecemos
este trastorno, los pensamientos dañinos se repiten. Para intentar controlarlos
y que no aparezcan, las personas se ven impelidas a realizar acciones. Por
ejemplo, si no quiero que pase tal cosa, debo evitar pasar por tal sitio,
aunque eso suponga un gran rodeo para llegar a mi casa. Como esto ocurre en el plano mental, estos
síntomas se llaman obsesiones. Conocemos algunas personas obsesionadas con la
limpieza, con el miedo al contagio por gérmenes. A veces se trata del temor a
un accidente, ideas que perturban acerca del sexo, de la religión o de los
vínculos familiares.
En cambio,
cuando se trata de acciones, esas cosas que se hacen una y otra vez, como
lavarse las manos, verificar una y otra vez que todas las luces están apagadas,
contar… lo que sea, reciben el nombre de compulsiones.
Las personas que
padecen estos síntomas saben que son indicativos de que algo no va bien, y
después de un tiempo de observarse, esperando que sea un malestar pasajero,
unas “ideas raras” que desaparecerán con el tiempo, pueden tratar de recibir
ayuda o de ocultarlo. Al ocultarlo a las personas que les rodean está claro que
también intentan ocultárselo sí mismos.
Continuaremos.
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